Silencios que hacen ruido

Un vicepresidente que no renuncia a sus fueros pese a estar acusado de negociaciones incompatibles con su cargo, de “lavar” dinero y de enriquecimiento ilícito, con jueces y fiscales que son apartados o renuncian sugestivamente ante las causas relacionadas con estas acusaciones.

El fenomenal crecimiento del patrimonio de la presidente Cristina Fernández que, en casi una década, pasó de menos de 7 millones a más de 70 millones de pesos.

Un programa de viviendas de uno de los principales socios políticos del Gobierno que nunca se concreta con fondos millonarios que se pierden en los bolsillos de los funcionarios.

La destrucción de la confiabilidad del organismo especializado en medir el costo de vida y que hace años que miente sistemáticamente sus estadísticas.

La negación de dos realidades que afectan, primero que a nadie, a los pobres: la inseguridad y la inflación.

La descalificación de los oponentes, la utilización del canal público de TV como recurso de propaganda partidaria, la creación de una prensa oficialista a partir de abultados presupuestos de publicidad.

La administración kirchnerista (2003-2012) ha creado una nueva realidad en la Argentina: logró dividir la sociedad entre buenos y malos, es decir entre “nosotros y ellos”, una simplificación de la vida que se resume entre lo “nacional y popular” de un lado y los “cipayos y traidores” del otro.

Nada de esto, sin embargo, merece un comentario, denuncia o crítica de iglesias y organizaciones evangélicas. Especialmente de aquellas que tienen una historia de opinión y participación en las cuestiones públicas. Hace ruido tanto silencio. ¿Por qué será? ¿Será por un deseo de pacificar los espíritus? ¿O porque existe una coincidencia ideológica con el Gobierno nacional?

No hay problema en tener una ideología, si alguna dirigencia eclesiástica desea tenerla, salvo cuando esas coincidencias obligan a tapar el sol con las manos y ver la realidad con un solo ojo.

Son los hombres y mujeres de fe los primeros que deben anhelar la verdad y decirla sin ambages aunque el destinatario sea el Gobierno de sus amores.


David Kohler (www.pulsocristiano.com.ar)

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